La tragedia de Wilson Cabezahueca (Ed. Sergio Sainz) by Mark Twain

La tragedia de Wilson Cabezahueca (Ed. Sergio Sainz) by Mark Twain

autor:Mark Twain [Twain, Mark]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1894-06-06T00:00:00+00:00


Capítulo 7

Una de las diferencias sustanciales entre un gato y una mentira es que el gato sólo tiene siete vidas (Almanaque de Wilson Cabezahueca).

La multitud se dispersó con cierta renuencia mientras unos y otros, de camino a sus respectivos hogares, charlaban animados pensando que pasaría mucho tiempo hasta que volvieran a ser testigos de algo parecido. Los gemelos habían aceptado gustosos varias invitaciones durante la recepción, y también éstos se habían ofrecido voluntarios para tocar algunos dúos en un certamen para aficionados a beneficio de una institución local de caridad. La flor y nata del pueblo estaba impaciente por acogerlos en su seno. El juez Driscoll tuvo la buena fortuna de hacer que se comprometieran a dar un paseo con él y ser así el primero que apareciera con ellos en público. Lo acompañaron en su carruaje y los fue exhibiendo a lo largo de la calle mayor mientras todo el mundo se agolpaba en las ventanas y en los bordes de las aceras para poder verlos.

El juez les mostró el nuevo cementerio y la prisión, así como también dónde vivía el hombre más rico de la ciudad, la logia masónica, la iglesia metodista y la presbiteriana y el lugar donde, una vez hubieran reunido el dinero suficiente, construirían la iglesia baptista. Además, les enseñó el ayuntamiento y el matadero, e hizo que la brigada autónoma de bomberos, uniformada, extinguiera ante ellos un fuego imaginario. Después, les dejó que examinaran los mosquetes de la milicia, exhibiendo un extraordinario entusiasmo mientras les presentaba todo aquel derroche de magnificencia. El hombre parecía muy satisfecho con la respuesta de los hermanos, ya que éstos, asombrados del fervor que emanaban sus explicaciones, intentaban corresponder a su pasión con enorme interés. No obstante, más habrían los visitantes exteriorizado su entusiasmo, si las cien mil veces que habían vivido experiencias como aquélla en otros países no hubieran deslucido una parte importante de la pretendida novedad.

El señor Driscoll desplegó toda su hospitalidad, desviviéndose para que se encontraran a gusto, y si algo no salió bien, desde luego, no fue culpa suya. Les contó anécdotas divertidas de las que apenas recordaba el final, aunque ya se encargaban ellos de ayudarle en tal tarea, puesto que se trataba de viejas historias conocidas que habían tenido la ocasión de escuchar con anterioridad. También les hizo una relación de todos los méritos conseguidos a lo largo de su vida, relatándoles cómo había llegado a desempeñar éste, ese o aquel otro honorable puesto, que había pertenecido a la asamblea legislativa y que en la actualidad era el presidente de la Asociación de Librepensadores. Les comentó que habían pasado unos cuatro años desde que se fundara dicha Asociación y que ya tenía dos miembros, por lo que podía considerarse como firmemente establecida. Asimismo, invitó a los hermanos a asistir, si así lo deseaban, a una de las reuniones que tenían lugar por la tarde.

De este modo, los recogió y, de camino al punto de encuentro, les habló de Wilson Cabezahueca para que tuvieran



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